Por Pau Ramírez BELÉM, Brasil, 13 nov (Xinhua) — El Curupira, niño mitológico del folclore brasileño que encarna el espíritu de la selva y la defensa de la naturaleza, se convirtió en la mascota de la 30ª Conferencia de las Partes (COP30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se realiza del 10 al 21 de noviembre en la ciudad de Belém, en el estado amazónica de Pará, en la región norte de Brasil. De cabello rojizo y con los pies al revés, ya que tiene los talones hacia adelante y los dedos hacia atrás, el Curupira confunde a los cazadores o a los invasores del bosque y hace que se pierdan entre los árboles de la selva. En la tradición folclórica del país sudamericano, en especial de la región de la selva, este ser mitológico que encarna a un niño es el protector del Amazonas y un implacable enemigo de quienes explotan en exceso los recursos naturales. Originario de las leyendas de pueblos indígenas de Sudamérica Tupí-Guaraní, el Curupira es considerado un guardián de los animales y de los árboles. Su silbido agudo y penetrante, dicen las leyendas, tiene el poder de desorientar a los cazadores y a los leñadores, al hacer que pierdan el rumbo en lo más profundo de la selva, donde algunas versiones lo describen con dientes azules y ojos verdes, pero todas coinciden en su naturaleza traviesa y justiciera. El personaje no ataca a quienes utilizan los recursos del bosque de forma equilibrada, sino solo a aquellos que lo agreden o lo saquean sin medida. Por miedo a la ira del pequeño guardián de la selva, muchos habitantes de la Amazonia, cazadores y recolectores de caucho, acostumbran dejarle ofrendas de comida o bebida para aplacar su espíritu. El nombre Curupira proviene de la lengua Tupí-Guaraní con la raíz “curumim” (niño) y “pira” (cuerpo) con el significado de “cuerpo de niño” o “niño del bosque”. Con el paso de los años, su figura se transformó en uno de los símbolos más reconocibles del imaginario popular brasileño, mito que combina temor, respeto y reverencia hacia la naturaleza. La elección del Curupira como mascota de la COP30 no fue casual, ya que el propio presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, planteó una pregunta durante conferencias anteriores. “Si la Amazonia siempre es el tema central ¿Por qué no celebrar una COP en el corazón de la selva?”, planteó el mandatario brasileño, convirtiéndose así el personaje mítico en símbolo de esperanza y compromiso por preservar el “pulmón del planeta”. La Amazonia abarca unos 5,5 millones de kilómetros cuadrados en ocho países y concentra la mitad de los bosques tropicales del mundo, así como el 20 por ciento de la superficie forestal global. Es a su vez el mayor reservorio de biodiversidad del planeta con millones de especies de insectos, plantas, aves y otros animales, además de tener un papel esencial en la regulación climática mundial. Pero la historia de la región también está marcada por siglos de devastación, que desde el auge del caucho en el siglo XVII, pasando por la expansión agrícola, la ganadería y la minería, la selva ha sido amenazada de manera constante. Entre 1985 y 2020, el 86 por ciento de las áreas deforestadas en la región se convirtió en pastizales y hace cinco años, la tala alcanzó su nivel más alto desde 2008, según datos del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon). El calentamiento global agrava el escenario, al poner en riesgo el equilibrio ecológico de una región vital para la absorción de carbono y la estabilidad climática del planeta. Este año en que se cumple una década del Acuerdo de París (2015), los países deben presentar nuevas metas de reducción de emisiones. Brasil, como anfitrión de la COP30, ha defendido tres prioridades: fortalecer el multilateralismo y los mecanismos de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático; vincular la acción climática con la vida cotidiana y la economía real; y acelerar la implementación del Acuerdo de París. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva instó de manera reciente a evitar la retórica vacía y concentrarse en la acción en el marco de la COP30. El mandatario brasileño recordó que las naciones industrializadas tienen “una deuda histórica” con el planeta, tras dos siglos de contaminación, además de defender la creación de un mecanismo global que garantice el cumplimiento de los compromisos ambientales y sancione a quienes los incumplan. Brasil se comprometió a reducir entre el 59 y el 67 por ciento sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2035 respecto a los niveles de 2005. Para ello, prevé un nuevo modelo de desarrollo, fomentar la transición energética y utilizar instrumentos financieros verdes. En Belém, la figura del Curupira recuerda entre delegaciones, acuerdos y promesas que la defensa de la naturaleza no es solo una meta política, sino un deber moral. La leyenda del niño protector de la selva nacida en lo más profundo del bosque sigue vigente y adquiere nueva vida como emblema de la Cumbre Climática: un niño que protege el bosque y que silba en la espesura para recordar que cuidar de la selva es cuidar de nosotros mismos. Fin

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