Por Cristóbal Chávez Bravo VICUÑA, Chile, 30 oct (Xinhua) — Es como una biblioteca con miles de ejemplares, pero bajo 20 grados Celsius y, en vez de libros, preserva semillas; así es el Banco Base de Semillas del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de Chile (INIA), donde el país sudamericano conserva y estudia su material fitogenético (con valor para la alimentación y la agricultura) y la flora nativa. En el ecléctico Valle del Elqui, donde nació la premio Nobel de Literatura de 1945 Gabriela Mistral, en la comuna de Vicuña, a unos 530 kilómetros al noreste de la capital, está afincado este búnker que conserva el presente del material genético de la nación austral. “La semilla es la base para el desarrollo de la agricultura y para la innovación tecnológica”, señaló a Xinhua el director nacional de INIA, Carlos Furche. Algunos la llaman el “Arca de Noé” porque tiene una capacidad para almacenar 75.000 muestras de semillas. Solo de cultivos tienen 24 variedades, entre ellas trigo, arroz o maíz, de 20.526 accesiones, es decir de distintos lugares u orígenes, que en total suman unas 108 millones de semillas conservadas. Britt Wallberg es la encargada de este banco de semillas, o curadora, como si este lugar fuera una galería de arte. Con la misma pasión de un coleccionista de cuadros que recupera pinturas que se consideraban perdidas, contó a Xinhua que han compartido material que otros países pensaron extintos, como a Paraguay. Este lugar comenzó a operar en 1990 y desde 2000 iniciaron el almacenamiento de semillas de la flora nativa. A la fecha suman un total de 1.302 especies diferentes, lo que representa el 28 por ciento del total de la naturaleza autóctona del país sudamericano. “Nosotros conservamos, guardamos las semillas, pero no somos dueños de ellas”, dijo Wallberg a Xinhua, quien aclaró que le entregan semillas a organizaciones o instituciones en caso de que lo requieran y solo le cobran el envío. Entre los cantos de los pájaros que musicalizan Vicuña, este Banco Base de Semillas tiene laboratorios en los que se catalogan, limpian y analizan las semillas, además de una bóveda de -5 y -20 grados Celsius para mantener el material vegetal. “La semilla para poder ser conservada necesita baja humedad y temperatura”, y detalló que las ordenan en colección base, pensada para preservarla por 50 años o más, y la colección activa, para ser resguarda por un lustro. Esta bóveda posee, entre centenas de variedades, material genético de la especie Leucostele chiloensis recolectado en 2003 en Los Vilos, un balneario a unos 200 kilómetros al norte de la capital. Esta planta es una cactácea endémica chilena. Hay otras semillas que datan de las postrimerías de la década de los ochenta. No obstante, hay variedades que difieren en sus necesidades de conservación como el Pouteria splendens, o lúcumo silvestre, que se encuentra en estado vulnerable. “El lúcumo es una especie que está en peligro, pero no lo podemos conservar en un banco de semillas tradicional porque tiene semillas recalcitrantes, que si se secan pierden su viabilidad y mueren”, explicó la investigadora del INIA, Carolina Pañitrur sobre esta especie. Por esta razón, la están estudiando en una incubadora a 20 grados Celsius, 40 más que en la gélida bóveda. Según estudios del INIA, el 46 por ciento de las plantas chilenas evaluadas oficialmente están en peligro o en peligro crítico de extinción. Carlos Furche aclaró que en algunas zonas del territorio chileno hay condiciones de sequía estructural. “En la medida que van cambiando las condiciones del clima, porque hay menos agua, cambia el régimen de temperatura, del viento o de exposición de temperaturas, se requiere adaptar la agricultura a esas nuevas condiciones. Y la base para ese proceso de adaptación es la genética”, en alusión a la importancia de los estudios que se hacen en la llamada “arca de Noé” de la nación austral. Chile posee otros cinco bancos de semillas, que integran la Red de Bancos de Germoplasma de INIA, aunque todos envían duplicados al centro base de Vicuña. Asimismo, han enviado ejemplares chilenos al Banco Mundial de Semillas de Svalbard, en Noruega, conocido como la “Bóveda del fin del mundo”, el más importante del planeta en su tipo. “Con esto resguardamos el patrimonio fitogenético de Chile y la flora nativa y, al mismo tiempo, generamos conocimiento para contribuir en su conservación y valoración. La biodiversidad es importante porque sostiene el planeta”, reflexionó Wallberg. Fin
